Seminario XVI Clase 16: La clínica de la perversión


En el anteúltimo de nuestros encuentros, quedamos en que debía interrogar la sublimación en su relación con el papel que en ella desempeña el objeto a.
Segunda tópica.
Circare: dar vueltas en círculo en torno de un punto central en la medida en que algo no está resuelto.
Hoy intentaré indicar cuán alejado permaneció hasta mi enseñanza el psicoanalisis de cierto punto vivo que formuló en todas partes la experiencia precedente. Se trata de la función del objeto a.


1


La obra de arte constituye hoy el objeto de lo que enunciamos sobre la sublimación.
En el nivel en que Freud se aventura con una prudencia casi burda se obliga a sí mismo a no poder asirla más que como un valor comercial. Es algo que tiene precio, sin duda, un precio aparte, pero que desde que está en le mercado no se distingue completamente de cualquier otro precio.
Este precio lo recibe de una relación privilegiada de valor con lo que aíslo y distingo en mi discurso como el goce – el goce considerado como ese término que solo se instituye por su evacuación del campo del Otro como lugar de la palabra.
La función del objeto a nos interesa en el nivel de la sublimación. Si el objeto a puede funcionar como equivalente del goce, es debido a una estructura topológica.


·         Goce solo se instituye por su evacuación del campo del Otro como lugar de la palabra.
·         Objeto a como equivalente del goce.


SUJETO-SIGNIFICANTE-OTRO-REPETICIÓN
Para percibirlo, basta considerar la función por la que el sujeto ya no se funda, ya no se introduce más que como efecto de significante, y remitirse al esquema que repetí cientos de veces ante ustedes desde el comienzo del año, del significante como representante del sujeto para un significante que, por su naturaleza, es otro. Por eso, lo que lo representa solo se planea como anterior a este otro, por lo que se necesita la repetición de la relación del S con este A como lugar de los significantes otros.
Grafico: S-S A a
Esta relación deja intacto el lugar en que inscribí el a. no hay que tomarlo en absoluto como una parte. Todo lo que se enuncia de la función del conjunto, que hace del elemento mismo un conjunto potencial, justifica igualar este residuo, aunque distinto bajo la función del a, con el peso del Otro en su conjunto.
Él se encuentra en un lugar que designamos con el término éxtimo, conjugando lo íntimo con la radical exterioridad. Debe saberse que en la medida en que el objeto a es éxtimo, y exclusivamente en la relación que se instaura a partir de la institución del sujeto como efecto de significante, determina por sí mismo en el campo del Otro una estructura de borde.


Objeto a:
·         No hay que tomarlo como una parte del conjunto A.
·         Es un residuo.
·         Se encuentra en un lugar éxtimo.
·         Se instaura a partir de la institución del sujeto como efecto del significante.


Estructuras topológicas de borde:
Esfera: aparentemente es la más simple de las estructuras topológicas.
Toro: confluyen los dos bordes opuestos que se corresponden punto por punto en una doble línea verctorial.
Cross-cap:
Botella de Klein: combinación de dos posibilidades.


Resulta fácil percibir el parentesco de estas cuatro estructuras topológicas con los objetos a. También hay cuatro. Tal como funcionan efectivamente en las relaciones que engendra el sujeto con el Otro en lo real los cuatro objetos reflejan uno por uno las cuatro estructuras.
Pretendo reanimar para ustedes la función concreta que desempeña en la clínica el objeto a.
Antes de tener, posiblemente por métodos que elaboran su producción, la forma que hace poco calificamos de comercial, el objeto a está… en posición de funcionar como lugar de captura de goce.


·         El objeto a está en posición de funcionar como lugar de captura de goce.


2


Muy pronto en los enunciados teóricos de Freud apareció la relación entre neurosis y perversión. ¿Cómo atrajo de alguna manera la atención de Freud?
Clínica de la experiencia traumática; se introdujo el fantasma, que es el nudo de todo lo que concierne a esta economía para la cual Freud creó la palabra libido.
¿Debemos seguir fiándonos enteramente de que estos fantasmas neuróticos nos permitirían reclasificar la perversión, transformarla desde fuera a partir de una experiencia que no proviene de los perversos? Krafft-Ebbing Havelock Ellis.
Este primer abordaje ya era después de todo orden topológico. Puesto que se decía que la perversión era el reverso de la neurosis, ya algo se presentaba como el anuncio de estas superficies que tanto nos interesan, de lo que sobrevive cuando un corte las separa.
La neurosis aparecía como una función superpuesta a la perversión. Pero de inmediato, simplificada de este modo, la cosa pareció no resolverse en absoluto.
¿No es claro, no lo fue de inmediato, que no podría resolverse nada destacando solamente en el texto de la neurosis un deseo perverso?
Si consideramos las cosas desde el nivel que nos permitió articular el retorno a esta tierra firme de que todo lo que pasa en el análisis debe remitirse al estatuto del lenguaje y a la función de la palabra, obtenemos ese punto de referencia que establecí cierto año con el título Las formaciones del inconciente.
Grafo.
Chiste.
Está hecho de tres cadenas, dos de las cuales se encuentran ya marcadas, si no elucidadas, por fórmulas que en algunos casos se han comentado mucho. En particular, ($<>D) marca como fundamental la dependencia del sujeto respecto de lo que con el nombre de la demanda ha sido fuertemente separado de lo que atañe a la necesidad. La forma significante, los desfiladeros del significante especifican la demanda, la distinguen y no permiten de ninguna manera reducir su efecto a un simple apetito fisiológico. Estas necesidades solo nos interesan en nuestra experiencia en la medida en que su posición equivale a una demanda sexual.
Las otras uniones, las del significado proveniente del A como tesoro de los significantes, no constituyen en este momento más que un simple recordatorio.
Es cierto que estas tres cadenas solo pueden suponerse, instaurarse, fijarse en la medida en que ay significante en el mundo, que el discurso existe, que atrapa cierto tipo de ser que solo se llama hombre, o ser hablante, a partir de la existencia de la concatenación posible como constituyente de la esencia misma de estos significantes. Sin embargo, se puede caracterizar el piso inferior con la categoría que distingo como lo simbólico. Encuentran esta función simbólica aquí, con la posibilidad de retorno rápido que no procura el enunciado del más simple discurso. En este nivel fundamental sostenemos que no hay metalenguaje, que nada simbólico podría edificarse más que por el discurso normal. En la cadena superior, en cambio, vemos que se trata precisamente de los efectos de los simbólico en lo real. Asimismo el sujeto, que es su primer y mayor efecto, solo aparece a niver de esta segunda cadena.
S(A/). Este es el significante por el cual aparece la profunda incompletud de lo que se produce como lugar del Otro, o, más exactamente, lo que en este lugar traza la vía de cierto tipo de señuelo completamente fundamental. El lugar del Otro evacuado del goce no es tan solo lugar limpio, cículo quemado, lugar abierto al juego de roles, sino algo que en sí mismo está estructurado por la incidencia significante. Esto es precisamente lo que introduce esta falta, esta barra, este agujero, que se distingue con el título de objeto a.


·         Objeto a como falta, barra, agujeto en el campo del Otro.


3


Freud subrayó profusamente en la experiencia la importancia de la pulsión oral y de la pulsión anal, pretendidos esbozos, llamados pregenitales, de algo que alcanzaría la madurez colmando no sé qué mito de completud prefigurado por lo oral, no sé qué mito de don, de producción de un regalo, prefigurado por lo anal.
¿No es raro que después de haber acentuado tanto estas dos pulsiones fundamentales se aleje mucho de ellas, por lo menos en apariencia, y que sea con la ayuda de las pulsiones escoptofílicas y sadomasoquistas como articule el montaje de la fuente, el empuje, el objeto y el fin?


La función que desempeña el perverso está lejos de fundarse en un desprecio hacia el otro, el partenaire. El perverso se dedica a tapar el agujero en el Otro… es partidario de que el Otro existe. Es un defensor de la fe.
El perverso, un auxiliar de Dios.


La función aislable de la mirada en todo lo que concierne al campo de la visión, a partir del momento en que estos problemas se plantean a nivel de la obra de arte.
No resulta fácil definir lo que es una mirada. Se trata incluso de algo que puede muy bien sostener una existencia y devastarla.
Nos preguntamos por los efectos de una exhibición, a saber, si causa temor o no al testigo que parece provocarla. Nos preguntamos si está en la intención del exhibicionista provocar este pudor, este espanto, esta repercusión, eso violento o complaciente. Pero no reside en esto lo esencial de la pulsión escoptofílica… ¿activa, pasiva…? Aparentemente es pasiva, puesto que da a ver. Lo esencial es, propiamente y ante todo, hacer aparecer en el campo del Otro la mirada.
¿Y por qué si no para evocar la huida, lo inasible de la mirada en su relación topológica con el límite que impone al goce la función del principio del placer?
El exhibicionista vela por el goce del Otro.
¿Qué ocasiona aquí el espejismo, la ilusión, y sugiere la idea de que hay desprecio hacia el partenaire? Es haber olvidado que, más allá del sostén particular que este da al otro, está la función fundamental de ese Otro que se encuentra siempre allí, bien presente, cada vez que opera la palabra, la función del lugar de la palabra donde todo partenaire está incluido, la función del punto de referencia donde la palabra se plantea como verdadera.
En este campo del Otro, en la medida en que se encuentra desierto de goce, el acto exhibicionista se plantea para hacer surgir allí la mirada. Se ve entonces que no es simétrico lo que ocurre con el voyeur.
En efecto, lo que importa al voyeur es justamente interrogar en el Otro lo que no puede verse.
Lo que constituye el objeto del deseo del voyeur en un cuerpo esmirriado, una silueta de jovencita, es precisamente lo que solo puede verse con la condición de que ella lo sostenga en lo inasible mismo, en una simple ranura don falta el falo.
Debido a esta ignorancia [lo que oficia como sostén de la mirada], el goce para el Otro, es decir, el fin mismo de la perversión, en cierta medida se escapa.


¿Cuál es entonces el objeto a en pulsión sadomasoquista?
Se cree hallar la clave del sadomasoquista en el juego con el dolor, para enseguida retractarse y decir que después de todo solo es divertido si el dolor no llega muy lejos. ¿No es, de hecho, la máscara gracias a la cual escapa lo relativo a la perversión sadomasoquista? ¿No les parece que destacar la prohibición propia del goce debe, allí también, permitirnos reubicar en su lugar lo que está en juego?
No por soñar con la perversión son perversos. Soñar con la perversión, sobre todo cuando se es neurótico, puede servir para algo completamente distinto, para sostener el deseo, lo cual es muy necesario cuando se es neurótico. Esto no autoriza en absoluto a creer que se entiende a los perversos.
Basta con haber tratado a un exhibicionista para pervivir que no se entiende nada de lo que aparente, no diré lo hace gozar, puesto que no goza –aunque goza, pese a todo,, con la sola condición de dar el paso que acabo de mencionar, a saber, que el goce del que se trata es el del Otro.
Naturalmente, hay un hiato. Ustedes no son unos cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir, no sé qué ciego, y tal vez muero, goce. Pero al exhibicionista esto le interesa. Es así, es un defensor de la fe.


Los juegos sádicos no son simplemente interesantes en lo sueños de los neuróticos, es posible asimismo  ver qué pasa allí donde se producen. Siempre gira efectivamente en torno de algo donde se trata de despojar a un sujeto –¿de qué?– de lo que lo constituye en su fidelidad, a saber, su palabra.
La palabra no es aquí el objeto a, sino que es una aproximación, para encaminarlos.


Rechazo la simetría entre masoquista y el sádico.
Sacher Masoch organiza todo de manera de ya no tener la palabra. Se trata de la voz.
Lo esencial de la cosa es que el masoquista haga de la voz del Otro, por sí solo, eso que va a garantizar respondiendo como un perro. Esto lo aclara el hecho de que justamente buscará un tipo de Otro que pueda ser cuestionado en este punto de la voz,, la querida madre, como lo ilustra Deleuze, devoz fría y atravesada por todas la variantes de lo arbitrario. Esa voz que él quizás escuchó más de la cuenta en otra parte, del lado de su padre, completa y tapa aquí también el agujeto.
Solo que hay algo en la voz que está más precisado topológicamente, porque en ningún lugar el sujeto está más interesado en el Otro que por este objeto a.
La función del superyó. Lo que ocurre con la función del objeto a realizada por la voz como soporte de la articulación significante, la voz pura en la medida en que está, si o no, instaurada en el lugar del Otro de una manera que es perversa o que no lo es.
Cierto masoquismo moral solo puede fundarse en este extremo de la incidencia de la voz del Otro, no en la oreja del sujeto, sino en el nivel del Otro, que él instaura como completado por la voz. El eje de gravedad del masoquista se juega en el nivel del Otro, y de la remisión a él de la voz como suplemento, no sin que sea posible cierta irrisión, que aparece en los márgenes del funcionamiento masoquista.
Hay un goce en esta remisión al Otro de la función de la voz, y tanto más cuanto que este Otr tiene menos valor, menos autoridad. De algún modo, esa forma de rapto, de robo del goce, puede ser, de todos los goces perversos imaginables, el único que se logre completamente.
Ciertamente no ocurre lo mismo con el sádico. Él intenta, pero de manera inversa, completar al Otro quitándole la palabra e imponiéndole su voz, pero en general falla. Baste en este sentido referirse a la obra de Sade, donde es verdaderamente imposible eliminar de la palabra, de la discusión del debate, la dimensión de la voz.
Se nos cuentan los excesos más extraordinarios ejercidos sobre víctimas cuya increíble supervivencia nos sorprende. Pero no hay uno de esos excesos que no sólo no sea comentado sino fomentado por una orden.
El juego de la voz encuentra aquí su pleno registro. Solo que el goce, exactamente como en el caso del voyeur escapa. Su lugar está enmascarado por esta sorprendente dominación del objeto a, pero el goce no está en ninguna parte. Claramente el sádico no es más que el instrumento, del suplemento dado al Otro, pero que en este caso el Otro no quiere. No quiere, pero obedece de todos modos.

Juan Pablo Marino
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